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El Valor de la Familia

Comparto Columna LaNación Revista  escrita por Sergio Sinay

“Un grupo de personas que mejora el mundo

Aunque no lo parezca, no están tan lejanos los tiempos en que, una vez pronunciada, la palabra “familia” evocaba en todos quienes la escuchaban (o la mencionaban) una misma y única imagen. Papá, mamá, hijos (nena y nene o nenas y nenes) y abuelos. Esporádicamente se colaba un bisabuelo o bisabuela en esa foto aureolada de felicidad real, deseada, recordada o ilusoria. La foto podía tornarse sepia con el tiempo, pero cada vez que se regresaba a ella los personajes estaban allí, inamovibles. Unas cuatro décadas después, las cosas cambiaron. Hoy la misma palabra no dispara una imagen única y colectiva, sino la experiencia personal de quien la escucha.

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Para algunos, familia son papá o mamá y sus nuevas parejas, o mamá sola, o papá solo, o padre y padrastro (o madre y madrastra). Puede haber cinco o seis abuelos. Ensambladas, monoparentales, monosexuales y clásicas, como en aquellas fotos sepiadas, las estructuras familiares se multiplican y una persona puede experimentar más de una de esas formas a lo largo de su vida.

¿Sigue teniendo significado la frase con la que el enorme novelista ruso León Tolstoi (1828-1910) inauguraba su novela Ana Karenina y dejaba instalado, en 1878, uno de los más memorables comienzos de la literatura universal? La frase decía (con ligeras variaciones según el traductor): “Todas las familias dichosas se parecen entre sí, mientras cada familia infeliz lo es a su manera”. A partir de allí Tolstoi narra una infelicidad particular, la de la familia Oblonsky. Más allá de ese inicio, quizás cada familia construye su felicidad y su infelicidad. Acaso Tolstoi, perspicaz, intuía o sabía que el simple hecho de constituir una familia no garantiza felicidad, que la foto adquiere movimiento y que cada uno de los retratados es responsable, a través de sus actos, de la dicha o la desgracia del conjunto.

Quizás no sea la forma lo que define a una familia ni lo que determina su felicidad, sino el contenido de esa forma. Cuando se dice que la familia es la célula básica de la sociedad, se señala una verdad descriptiva, no valorativa. Como holograma social, en una familia puede haber amor y resentimiento, generosidad y mezquindad, compromiso y egoísmo, respeto y descalificación, cuidado y desidia, dedicación e indiferencia, apoyo y maltrato. Todo lo que se ve en la interacción social. La eminente psicóloga e historiadora francesa Elisabeth Roudinesco advierte en su trabajo La familia en desorden que es una institución humana doblemente universal, porque integra hechos de la cultura y de la naturaleza (las leyes de la reproducción biológica). Los Ingalls existen en la novela La casa de la pradera, de la escritora Laura Ingalls (1867-1957), y en la edulcorada y perenne serie televisiva de los 70 inspirada en esa obra. Pero la realidad es un poco más compleja.

En un amplio y clásico trabajo de investigación culminado en el año 2000, el psicoterapeuta alemán Reinhard Tausch, de la Universidad de Hamburgo, concluía que la espiritualidad, la pareja y la familia, en ese orden, son los puntos de apoyo de las personas que se consideran satisfechas con sus vidas. ¿Qué tipo de familia? Nuevamente, la cuestión no es el envase sino el contenido. Lo más cercano a una familia dichosa es un grupo de personas que se respetan mutuamente, que aceptan sus diferencias, que cooperan para que cada uno desarrolle lo mejor de sí y lo ponga en el mundo, que se escuchan y que riegan con sus acciones cotidianas un espacio de convivencia amorosa. Grupos de personas que, más allá de tener lazos de sangre o no, mejoran el mundo. A veces son familias biológicas, a veces familias elegidas. Y cada cual lo hace a su manera.”

LA NACION revista 18/9/2016