“Pude ir a vivir a Florencia o a Rambouillet pero compré en cambio una casa en Córdoba porque creo que el país propio hay que sentirlo, juzgarlo, padecerlo, gozarlo, pero no abandonarlo. Hay que vivir y crear en el país de uno.” Manuel Mujica Lainez, El Paraíso,1971.
La gran Ciudad te distrae, te estresa, y a la vez, te atrapa. Allí pasó gran parte de mi vida. A las corridas, yendo y viniendo, tratando en el medio, de encontrar algo de paz, principalmente meditando, o en momentos de alegría con mi familia, con amigos, en oportunidades en las que decido parar, escuchar, observar, pasar momentos de esparcimiento.
Dicen que unas de las pocas cosas que se van y no vuelven son: el tiempo, las palabras y las oportunidades.
La vida pasa en este instante, ahora.
Y en esos momentos de lucidez, en el medio de la vorágine diaria de la Ciudad, decidí emprender unas vacaciones en familia, a la paz de las sierras.
Hay que poder soportar el silencio, interrumpido sólo por el canto de los pájaros y la brisa del viento que hace bailar a los árboles.
Allí, te das cuenta que, podes andar un largo trecho sin necesidad de mirar el celular, los paisajes atrapan tu atención, todo alrededor te asombra, los colores, aromas, los arboles añejos, la imponencia del cerro, inmóvil y majestuoso, testigo de innumerables tiempos, del pasado y del presente.
Cuantas cosas sucedieron en estas tierras, el monte habla y esconde sus misterios, bien guardados en el corazón y en la mente de muchas generaciones, aunque no lo sepamos, aunque la vorágine no nos deje sentir y ver. Todo tiene conexión. Somos uno.
Mientras me dejaba llevar por la tranquilidad de las sierras, descubrí algo, que ya estaba allí, dentro mío, que me pertenecía, aunque hasta ahora no lo sabía con certeza. Me dejé llevar por la invitación a meditar, a profundizar en mi interior, a recibir las energías del lugar. Todo era silencio, salvo el canto de los pájaros y el ladrido de los perros. A los lejos, empezó a sonar una guitarra, a escucharse una canción, no lograba descifrar cual, ni la letra, sonaba lindo. Y me dejé llevar.
Allí aparecieron en mi mente los mitos del lugar, misterios apasionantes de castillos añejos, fortalezas habitadas por personajes poderosos de épocas de guerra, contrabandistas de armas; soldados o militares escapados de la segunda guerra mundial. Son muchos las novelas de amor e intrigas, construidas a partir de estos mitos y misterios que, quién sabe si algún día se develarán, o quieran develarse.
Me invadió un profundo dolor, lágrimas comenzaron a caer de mis ojos inexplicablemente, sentí el dolor de tantos, de muchos, de la guerra, el desamparo, generaciones de dolor ocasionados por la guerra, y por este tipo de personajes que encontraron en nuestro país un lugar para vivir o estar de paso.
Y era claro, esta preciosa tierra, la Argentina, había albergado a muchos, algunos malos, pero la mayoría de buen corazón que, vinieron del otro lado del océano escapando de sus tierras, del dolor o de la persecución.
Uno de ellos, los de buen corazón, fue mi abuelo paterno, Luigi, comunista, que escapó de su Italia querida, perseguido por el fachismo un 29 diciembre de 1922. Este misterio, la razón por la cual, nono Luigi llego a la Argentina, quiso develarse ante mí, recién este último febrero.
Así, comprendí que, esta querida tierra, nuestra Argentina, sus sierras, llanura, montañas, ciudades, toda, sin limitación, abrió sus brazos y su corazón a inmuerables inmigrantes, como mi abuelo que, forzados al destierro, por la guerra, el hambre o la desolación, salvaron sus vidas; y encontraron en ella cobijo, calor, tierras para sembrar, trabajo, en definitiva, un lugar para vivir, establecerse y criar a sus hijos.
Sentí la necesidad de perdonar, en mi nombre, y quizás en el de mis ancestros, a los causantes de tanto dolor. Y también de agradecer, a esta amorosa tierra, la Argentina, que abrazó a mi familia, que la cobijó, la que en definitiva, permitió mi nacimiento.
Al salir de mi meditación, pregunté a mi hija si había escuchado la guitarra recién llegada que, había sonado mientras meditaba; y me dijo: “sí mamá, se escuchaba cantar
“el país de la libertad”.
Córdoba, 28 de julio de 2017.
Tus palabras llegan a micorazón y permite que fluyan mis lagrimas. Todo se reduce en agradecer a mi queridos Vicente y Mimi por haber criado a sus hijas como modelo para sus descendientes.