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Encontrando mi Identidad Italiana (todos los capítulos juntos)

Capítulo I – En busca de mis orígenes.-

Debo mi Ciudadanía  italiana, a mi abuelo Luigi, italiano nativo de Cava de Tirreni, Salerno, Sur de Nápoles.

Emigró de sus tierras en el año 1922, luego de servir como soldado en  la primer guerra Mundial, probablemente en busca de un mejor porvenir. Partió en barco, desde el puerto de Nápoles, un 29 de diciembre.

No sé, a ciencia cierta, que lo habrá llevado a tomar la decisión de emigrar a un país tan lejano. Seguramente fue en busca de trabajo ante la falta del mismo en su tierra. Dan cuenta las fotos y algunas cartas de la época que, también podría haber venido alentado por otros parientes o amigos que ya habían emigrado antes.

Se ubicó en Parque Patricios, Capital Federal. Aquí conoció y se caso con mi abuela, María Laura, a quién debo mi nombre y tuvieron 4 hijos, entre ellos, el segundo varón, Vicente, mi padre (el de la izquierda en la foto).

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Luigi consiguió trabajo en el ferrocarril  (de guarda de tren) y allí trabajo hasta que se jubiló.

Murió a los 74 años, cuando yo solo tenía 3 años.

Ni mi padre, ni mis tíos aprendieron a hablar el idioma italiano, aunque las culturas y tradiciones estaban muy presentes en la familia.

Todos los domingos mi abuela amasaba los ravioles con el típico estofado y luego los varones iban a la cancha, mientras que las mujeres nos quedábamos a jugar a las cartas, a la generala o al bingo.

Si bien no se hablaba de Italia, ni de los orígenes de mi abuelo, ni el idioma, en el aire se respiraba el típico espíritu italiano,  bien del sur.

De porqué el idioma no se transmitió en la familia, ni en muchas otras familias inmigrantes, ni en forma evidente o con orgullo la tradición, pese a que la inmigración italiana en Argentina fue una de las más grandes del mundo, pude encontrar algún sentido en la Obra: “Historia de los Italianos en la Argentina”, algunos de cuyos párrafos transcribo a continuación:

“En muchos sentidos, los italianos en la Argentina nunca parecieron más fuertes que en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Como exhiben los datos del censo de 1914, en ese momento ellos eran casi un millón (930 mil) equivalentes al 12% de la población total. italianos estaban presentes en todo el territorio argentino, aunque concentrados en tres provincias: Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, donde residía más del 80%. … Sólo en Buenos Aires estaban establecidos el 34% de éstos (312 mil)…”[1]

“.. Aparte de todo ello, a medida que avanzaba el nuevo siglo, las dirigencias italianas iban a tener que enfrentar un desafío más poderoso. Las elites locales, preocupadas por el creciente cosmopolismo de una sociedad poblada por inmigrantes en una proporción si parangón en otras partes del mundo, iban a llevar a cabo un intenso programa tendiente a nacionalizar aceleradamente a la sociedad argentina. El objetivo principal será “argentinizar” a los hijos de los inmigrantes. Para ello, un estado que disponía ahora de numerosos recursos económicos impulsará distintas medidas…”[2](el subrayado es mío).

“…El movimiento nacionalizador desde el Estado argentino era acompañado por otros que procedían de la sociedad civil. Los intelectuales nativos giraban hacia posiciones nacionalistas en lo cultural en la búsqueda de inventar una tradición nacional en la que los argentinos pudiesen reconocerse. Escritores como Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas se orientaban a una revalorización del pasado a través de la exaltación de la figura del gaucho y del poema que lo consagraba (el Martin Fierro de José Hernández), como símbolo de la Argentina. No se trataba ya de consagrar el progreso, o Europa o la inmigración como fundadoras de la Argentina moderna sino de oponer a ella la tradición criolla premigratoria. Por supuesto que esa reivindicación contaba con un terreno abonado previamente por la literatura de folletín, en obras como las de Eduardo Gutiérrez (por ejemplo, Juan Moreira y Hormiga Negra) y por el teatro y el circo criollo. En este terreno, ocupaban un papel destacado (también con su visión del Moreira) los hermanos Podestá, descendientes de genoveses. Mucho contribuían a veces los mismos inmigrantes italianos, que buscaban una identificación con esos símbolos. Así, los disfraces de gaucho eran los más populares en las fiestas de carnaval. A ello se sumaban los que defendían el retorno de la pureza de la lengua castellana contra su contaminación con términos provenientes de otras (en especial el italiano) o los que insistían en dar un contenido más argentino a las ciencias sociales estudiando “las cosas nuestras”[3]. (el subrayado es mío)

 “…Ciertamente, una política más ambiciosa de la dirigencia peninsular hubiera podido obtener mejores resultados (a la manera de los que estaba consiguiendo la dirigencia de la comunidad española por entonces) y lograr mayores reconocimientos al enorme aporte italiano a la construcción de la Argentina…”

 “…indudablemente esa progresiva parálisis de las comunidades italianas se veía acrecentada por la ausencia de una política del Estado Italiano que, decididamente orientado hacia las aventuras africanas, no sólo no apoyaba sino que en ocasiones saboteaba las iniciativas que partían de los dirigentes instalados en la Argentina…”[4]

 “.. Todo ello no sugiere que las costumbres italianas en la Argentina se desintegraran en esos años…Por el contrario, esa comunidad seguía teniendo una vida floreciente y los mismos peninsulares estaban permeando con sus costumbres y sus estilos a buena parte del país. La de la Argentina era una sociedad plural y en ella los italianos tenían un papel mayor. Lo que hemos presentado en este apartado sugiere, en cambio, vías de comprensión para esa dicotomía entre la fortaleza a nivel cotidiano y la debilidad a nivel público. Finalmente, esa comunidad italiana, más allá de los numerosos gestos de reconocimiento que recibía, no logró otros objetivo mayores…”[5] (el subrayado es mío).

Lo antes expuesto, no pretende ser una crítica, pero explica en algún sentido la existencia de una fenómeno histórico, donde a nivel político y social, se promovía  lo nacional (argentino), entre los hijos de inmigrantes, con la consecuente y directa pérdida del idioma de origen y en algún sentido, de las tradiciones de sus predecesores.

Esto, además, podría haber sido más evidente, en los hijos de las clases más bajas o medias, sin posibilidades de acceso a mayores educaciones que la de la escuela pública (en ese momento por cierto excelente, pero dictada en idioma castellano) y sin posibilidades tampoco de viajar, y tomar contacto con la tierra de sus padres en forma directa.

No debe soslayarse tampoco, en este proceso de “nacionalización” de los hijos de inmigrantes, la propia necesidad de “aceptación” o inclusión del ser humano, que podría haber llevado a los mismos inmigrantes, y más aún a sus hijos nacidos aquí, a querer “pertenecer”, parecerse más a lo autóctono y hablar el idioma del país receptor.

Ello, no obstante, y tal como dice más arriba, no invalidó, que la cultura italiana tuviera una fuerte incidencia en lo cotidiano, en especial, en el ámbito familiar y personal, pero sí podría explicar porque a muchos de nosotros, los descendientes de italianos, nos cuesta “encontrar” parte de nuestra historia.

Y volviendo a la mía, recuerdo que mi padre reunía las características típicas del italiano del sur: divertido, enérgico, futbolero, amiguero y; por sobre todo, familiero.

Después de mucho tiempo de fallecido mi abuelo, en el año 1988, mi padre decidió tramitar su Ciudadanía italiana. Conjuntamente con la suya,  tramito la mía  y la de mis hermanas. Yo solo tenía 22 años en ese momento y era soltera.

No era muy normal en esa época (año 1988), tramitar la Ciudadanía Italiana. Repito, mi padre no tenia, al menos que yo sepa,  lazos con Italia. Ni mi abuelo, ni nadie de la familia, regreso a Italia luego de la emigración de mi abuelo.

Ahora, siendo grande, y comprendiendo muchas cosas de mi familia y de la historia de muchos de nosotros, los descendientes de italianos, puedo entender porque lo hizo. El seguramente quería encontrarse, encontrar su identidad, abrazar sus orígenes. Y dejarnos ese legado a nosotras.

Mi padre murió dos años después, en el año 1990. Con tan sólo 57 años.

Tuvieron que pasar, casi  30 años para que yo misma decidiera actualizar mis datos en el Consulado de  Italia y anotar a mi hija.

Es que yo también, me hice grande y necesité conocer mis orígenes. De donde vengo. Y empecé a investigar. Primero en mi familia y luego “in situ”.

Y decidí emprender la aventura de volver, casi 100 años después de que mi abuelo emigrara, a su Ciudad de origen, Cava de Tirreni, Salerno, Italia.

Allí comenzó una nueva historia.

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Continuará…

Buenos Aires, 29 de agosto de 2016.-

[1] Pag. 303, “Historia de los Italianos en  la Argentina”, Devoto, Fernando J., Cámara de Comercio Italiana en la República Argentina, 2006

[2] Pag. 307

[3] ¨Pags. 309 y 310

[4] Pag. 312

[5] Pag. 313

Capítulo II – El Viaje hacia las tierras de mi abuelo

  1. La fecha del viaje

Saque el pasaje a Roma 6 meses antes, para un 7 de mayo, sin saber que, esa era la fecha del nacimiento de mi abuelo Luigi. Nació un 7 de mayo de 1895, en Cava de Tirreni, Salerno, hijo de Michele y Carmelina. Sirvió en la primera Guerra Mundial de 1915 a 1919. Emigró a Argentina en diciembre de 1922.

  1. La Caja

Me enteré de la fecha del nacimiento de mi abuelo (que coincidía con la fecha de mi viaje a Italia), cuando, como preparativo de mi viaje,  fui a la casa de mi hermana y me mostró algunas de los documentos de la caja que había dejado mi difunto tío Luis (el más joven y  último de los hermanos Sergio que murió).

Cuando ya estaba muy enfermo, mi hermana le preguntó si quería dejar algo. El le dijo: “… hay una caja en mi casa, con documentación, guárdale para que sirva como patrimonio de la familia…”.

Nunca nadie había oído de la existencia de esta caja, menos aún que mi tío Luis la conservara. Esa caja albergó por años las historia  familiar, sin que hubiera salido a la luz.

Estamos hablando de documentación que se mantuvo  “en secreto” – por lo menos para nosotras –  desde que nacimos hasta el año 2014 que falleció el último de mis tíos.

Certificado de nacimiento de mi abuelo, billete del viaje desde Nápoles de 1922, pasaporte, libreta de matrimonio con mi abuela, intercambio de fotos, postales y cartas con los parientes italianos, etc. etc.

  1. La gestación del viaje.-

Mi decisión de viajar a Italia, surgió cuando un tiempo después de fallecido mi tío Luis (dicho sea de paso, bautizado con el mismo nombre que mi abuelo), mi hermana me mostró algunas de las postales y fotos de la caja que tenía en su oficina.

Una de ellas era de Cava de Tirreni. De ahí era el abuelo, me dijo mi hermana.

Ansiosa ese mismo día, de vuelta en mi oficina, lo googlé. Que bello lugar, un pueblo muy pintoresco al Sur de Nápoles, entre las montañas, a 7 km de la Costa Amalfitana. Quiero ir ,dije!

Estaba próxima a cumplir los 50 años. Qué buena ocasión para planificar un viaje a Europa en busca de mis orígenes. Quería conocer la tierra de mi abuelo. Buscar parientes. Tenía que haber parientes vivos en Cava. Alguien que testimonie qué paso (acá no quedaba nadie vivo de mi familia directa). Porqué mi abuelo se vino. Que supiera la historia.

Se lo plantee a mi pareja. No fue fácil. Había que conseguir tiempo y dinero. Fueron meses. El cuadro en mi cocina me decía que podía: “Wish it. Dream it. Do it”[1] Y pedí a la Virgen que me acompañara, también, en este camino.

Y el sueño finalmente se hizo realidad, con un vuelo para mi pareja y yo con destino a Roma, Italia, un  7 de mayo de 2016, es decir, 93 años después de que mi abuelo emigrara para nunca volver a pisar su tierra,  ni él ni sus descendientes directos.

Había llegado el momento.

Algo se estaba por develar.

Capitulo III – Bella Italia

  1. El viaje

Me cuesta mucho soltar, dejar la rutina, mi casa, mi perra y en especial, a mi única hija (en ese entonces de 17 años). Iba a estar a fuera 3 semanas. Nunca me había ido sin ella tanto tiempo. Ella estaba aún en el colegio. Mi madre no podría quedarse con ella. Fueron tres madres de amigas del cole, amorosas de mucha confianza, que me ayudaron a solucionar la situación, teniéndola una semana cada una. Probablemente no fuera la mejor solución para ella, la de quedarse fuera de su casa, yendo de casa en casa. No le gustó mucho. Sin embargo, aún siendo menor de edad, adolescente como era, sabía cuán importante era para mí este viaje, y también me acompaño en esta gran aventura, amorosamente, como las divinas madres con la que se quedó.

Está claro que no gesté ni hice el viaje sola, sino acompañada de mucha gente que con su amor me ayudó a pensarlo y a llevarlo adelante.

En ese contexto de amorosidad emprendí y vivi todo mi viaje. Con la confianza de que hacía lo correcto. Con la felicidad de que, una vez por todas, seguía los dictados de mi corazón.

En ese momento aún no sabía, que estaba cumpliendo un profundo deseo, muy guardado, de generación en generación, en mi familia.

Antes de partir, el 6/5/2016,  escribí una carta a mi abuelo que transcribo:

“CARTA A MI  ABUELO LUIGI

Para celebrar mis 50 años, parto mañana a visitar tu Italia querida, luego de casi 100 años de que partieras a estas tierras para no volver, como mucho otros inmigrantes,  en busca de un mejor porvenir, dejando atrás tu hogar y tu familia, con todo el dolor que el desarraigo implica.

Partiste desde Nápoles, en barco, un 22 de diciembre de 1922, después de servir 5 años en la Primer Guerra. Tenías solo 27 años.

No sé mucho de vos. Te fuiste al Cielo, cuando yo tenía solo 3 años.

Pero claramente en vos, reconozco mi fuerza de voluntad, la entereza frente a la adversidad, y  mi ferviente deseo de progreso y evolución, que herede de tu hijo, Vicente, que te acompaña en el Cielo.

Viajo, por casualidad, un 7 de mayo, el mismo día de tu cumpleaños, a visitar tu Ciudad de Origen, Cava De Tirreni, Salerno, muy cerca del Mar Mediterráneo.

Voy en representación y gracias a la intercesión de acciones amorosas de todos los miembros de tu descendencia o familiares políticos.

Gracias a tu hijo Vicente, mi papa, y  a mi mama Blanca, que me dieron vida.

A tus hijos Miguel (nombrado en honor a tu papá Michele, mi bisabuelo), María del Carmen (nombrada en honor a Carmela, mi bisabuela), Luisito (en honor a vos), y a tu compañera de vida Maria Laura (mi abuela quien me dio mi nombre), por haberme transmitido la cultura italiana y el valor de la nobleza. Todos descansan en paz junto a vos.

En definitiva abuelo,  celebro con este viaje a tu lugar de nacimiento, especialmente la vida, tus logros y nuestros logros, los de tus descendientes, dejando atrás los momentos difíciles de la guerra y el desarraigo, dando paso al progreso, a la luz y a la superación, a la paz y la armonía, para estas generaciones y para las venideras de nuestra familia.

Abuelo, valió la pena, se cumplio tu sueño.

Siento que ello es muestra de que Dios existe y que los tiempos de Dios son distintos a los nuestros.

Y que hay que seguir soñando, seguir esforzándose honestamente para lograr un futuro mejor para nosotros y para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.

Gracias abuelo por darme la vida y ser mi ejemplo!

Te quiero nono

Laura”

  1. En suelo italiano

Había estado en Italia, Milán, a los 27 años por trabajo, cuando laboraba en una empresa italiana con sede en la Argentina. Fue una experiencia increíble. Sin embargo,  y aún teniendo la ciudadanía italiana, en ese momento me sentía una extranjera  (aún casi no dominaba el idioma). Pasaron de eso 20 años.

Qué diferente fue esta vez!!! Pisar Roma fue una de las experiencias más lindas de mi vida. Todo me parecía familiar: el idioma (ahora lo dominaba mucho más), la comida, la gente.

Todo me deslumbraba, qué lugar tan impresionante. Fuente de historia, arte y cultura para toda la Humanidad. Quedé deslumbrada con el Coliseo y el Foro Romano. Me acordé mucho de mi primer materia de la facultad: derecho romano. Roma sí era historia viva.

Me reconocí en las mujeres italianas. Morochas, con rasgos fuertes,  y cuerpos normales. Muy simpáticas. Trabajadoras, al igual que los hombres. Recuerdo cuando nos despertamos a las 7 AM para asistir el miércoles a la audiencia Papal, nos sorprendió cómo los negocios ya estaban en movimiento, la cultura del trabajo que hay. Sin duda, yo la llevo en la sangre.

Estaríamos 6 noches en Roma, para partir a Sorrento, Costa Amalfitana, para hacer base, y  desde allí, llegar  a Cava de Tirreni. Todo en tren.

Qué hermoso lugar Sorrento. Nos hospedamos en el Hotel Girasole, atendido por sus dueños. Le comenté a Rita, un amor de mujer, que atendía en la recepción, mi sueño de llegar a Cava y encontrar parientes.

Cuando le comentaba esto, que venía de Argentina, que mi abuelo había emigrado desde Cava de Tirreni y mi deseo de conocer el lugar y de encontrar parientes; a la gente, como a Rita, se le formaba una sonrisa en la cara, y me ofrecía su ayuda.

No sé si  eso pasaba porque eran amables; por la alegría que yo transmitía o; por lo interesante del tema.

Es que estando allá, me vino la idea de pensar cuán duro habrá sido también para los que quedaron en Italia, la ida de los que se fueron.  Para el que emigró, el dolor del desarraigo. Y para el que quedó, el vacío y el dolor de la extrañeza del ser querido que se fue, tan lejos, a veces para nunca más volver. Padres, hermanos, hijos, familias desmembradas.

Quizás todo esto quedó en la psiquis colectiva,  por generaciones.

Y mi historia de querer “encontrar” parientes, por ahí despertaría en quién se la contaba,  alguna nostalgia, y reavivaría la idea y alegría del reencuentro, aunque más no sea por un instante,  aunque no fuera su propia  historia.

  1. Cava de Tirreni

Y llego el día tan esperado.

No sabíamos bien como llegar. Tendríamos que tomarnos un tren desde Sorrento hasta Pompeya, y desde allí otro hacia Cava. Toda una aventura entre mar, montañas y lugares históricos deslumbrantes.

Portaba conmigo como un tesoro: la copia de la partida de nacimiento de mi abuelo, y las copias de la pagine bianche (como la guía amarilla de acá) que había impreso con algunos apellidos “Sergio” de la guía de Cava de Tirreni.

Llegando a Pompeya se podía ver a los lejos el Volcán Vesubio y; ahí nomás en el parque cerrado, las esfinges Romanas gigantes, y los restos de lo que dejó hace miles de años, la erupción del año 79 d.c. Qué lugar. Aunque atraía la idea de quedarnos y entrar, era obvio que nuestro objetivo era otro. Llegar a Cava cuanto antes.

Caminamos 45 minutos por el pueblo de Pompeya hasta llegar a la otra estación de tren que nos llevaría a destino. Cada vez, el objetivo estaba más cerca y la ansiedad por conocer aumentaba.

Fueron 20 minutos hasta llegar a la Estación de Cava.

Típica estación. Un cartel relataba que ya al 1860 la Estación existía. Imaginé que mi abuelo había partido de esa estación y tomado allí su tren para salir con su barco desde Nápoles a la Argentina.

Mucha emoción.

Al salir de la estación, me embargó una alegría enorme.

Tomamos una de las calles principales para ir al centro del pueblo.

El centro lo constituía una calle principal de aproximadamente 10 o 15 cuadras de longitud, muy pintoresca y elegante bordeada de edificios antiguos con columnas al frente de la vereda formando arcadas, y en el centro -entre los edificios y la punta de la vereda-, se formaba un gran pasillo techado, por donde se podía transitar a pie, protegido de la lluvia y el sol; y pasar por las entradas de los edificios (con grandes puertas de madera) y los negocios. Casi a la mitad de esta calle, se llegaba  a un claro con una gran fuente central y bares alrededor, enmarcados por una Iglesia con grandes escalinatas (como en todo Italia, las Iglesias constituyen un emblema, y se erigen de a un mínimo de 4 o 5 por pueblo). A lo lejos, circundante, se podían ver las colinas, con casas, a las que se podría llegar por un puente atravezado por un río, y precedido por una de las Iglesias Principales.

Quede deslumbrada por el lugar. Y sorprendida.

Pensé: qué lugar tan bello, porque mi abuelo se quiso ir de acá, y nunca volvió? Porque nunca mi papá ni mis tíos me comentaron nada de este bello lugar?

No encontraba explicación. Sentía una mezcla de alegría y sorpresa, a la vez. Quizás también un poco de enojo (de esto me dí cuenta después, en ese momento no había tiempo para eso).

Había que encontrar el Registro Civil. Allí me podrían dar datos de parientes o alguna explicación.

Serían tipo 11.30 horas de la mañana, muy cerca de otra de las plazas, nos indicaron que allí funcionaban una de las dependencia del Registro Civil. Habría que esperar hasta las 16.00 hs. que abriera el “Anagraphe”, otro lugar, donde nos podrían informar, nos dijo el Señor.

Tendríamos algunas horas por delante hasta las 4.00 pm. Decidimos parar para comer algo en el centro, en un lugar que se llama “Puro”, que vende comida saludable y helados (en Italia también proliferan las heladerías), ya que lo habíamos conocido en Sorrento. Allí podríamos  revisar la guía y tocar timbres a los “Sergio”, bien al estilo de la película “Cartas a Julieta”.

Al avanzar la hora, el centro de fue apaciguando (se ve que duermen la siesta). Se largó a llover.

Me senté en unos sillones, y quedé allí esperando que mi pareja ordenara la comida. Se puso a charlar en la barra, con el joven que atendía, por supuesto de fútbol, y como no podía ser de otra manera en ese lugar, del Napoli. Pipita Iguain, que aún jugaba para ese equipo, la noche anterior, había marcado el gol N° 36 y se había tranformado en el goleador de la liga italiana, y el máximo ídolo de los napolitanos  (sin, no obstante, superar a Maradona). Imagínense. Y nosotros, argentinos.

Como había wi-fi, me puse a mirar otra vez, pero ahora, de internet la guía de Cava de Tirreni, buscando apellidos “Sergio”.

Me embargó una gran nostalgia, y me puse a llorar sin poder parar. No tenía explicación. El chico de la barra le preguntó a mi pareja, preocupado, porque lloraba. Y el le contestó: de alegría.

Y le conté la historia.

Cuando me calmé, encontré en la guía el apellido “Sergio – Senatore”. Marqué en el google maps y para mi sorpresa, la dirección era justo enfrente del bar!

Le dije a mi pareja. Vamos acá enfrente hay un Sergio. Seguía lloviendo.

Era en una de los edificios de las arcadas con puerta gigante de madera. Toque un par de veces. Nada. O estarían durmiendo la siesta o no había nadie.

Paró de llover  y salió el sol. Seguimos recorriendo Cava en busca de parientes. Tocamos el timbre al peluquero “Sergio” y nada. Se ve que todos dormían la siesta.

Se aproximaba la hora de que abrieran el Registro Civil, quería llegar primera. Subimos al primero piso de un edificio antiguo, bastante en mal estado. Saqué el N° 1.

A las 4 en punto, el Señor empezó a llamar. Me presenté y le dije en italiano: “…vengo de Argentina, a buscar parientes de mi abuelo Luigi Sergio que emigró en el año 1922, aquí tengo su partida de Nacimiento.”

Sorprendido, me dijo: “aspeta” (espera), tomó la partida y se fue para adentro. Al ratito nos condujo a la oficina misma de la Directora. Una señora muy amable de mediana edad que nos atendió con una sonrisa y mucha cortesía. Sentí lo mismo que con Rita, se alegraba de vernos y de nuestra búsqueda. Ya que habíamos venido de tan lejos, como no nos iba a recibir. Atrás de su escritorio, una foto del Papa Francisco. Según la Señora, el mejor Papa que haya habido.

Si bien nos entendíamos en mi italiano precario, decidió llamar a una colaboradora que hablaba castellano.  Apareció Isabella, también de mediana edad. Bastante más seria que  la directora. Le conté que había venido a buscar parientes en Cava. Lo primero que me dijo fue: “…pero su abuelo se fue hace casi cien años, no creo que encontremos nada…”. Insistí, mi abuelo tendría hermanos y estos hermanos probablemente se habrían casado y tuvieron hijos, nietos. Alguno de ellos probablemente vivieran allí.

Al ver la situación, retomó el diálogo la Directora y me dijo: “Vamos a ver, cúal era su apellido y nombre?”. Buscó en su computadora y en cuestiones de segundos comentó: “Ah, pero ud. está aquí, figura como Ciudadana de Cava de Tirreni, residente en el exterior”.

No pude más que sorprenderme. Yo ciudadana de Cava de Tirreni? Pero si yo soy de Buenos Aires, pensé, porteña hasta la médula. Era una sensación extraña, ser parte de un lugar, que acabás de conocer. Me puse contenta. Sin más, me imprimió la hoja que dejaba constancia de la afirmación anterior.

La cosa estaba tomando color, y allí volvió a intervenir Isabella: “déjeme ver si encuentro algo en los archivos”, y partió al interior de la oficina. Al rato regresó con una carpeta. Eran los antecedentes de la ciudadanía tramitada por mi padre, para él y nosotras en los años 80, desde el Consulado de Argentina (que habilitaron mi Ciudadanía).

Al no encontrar más registros, sobre Luigi  Sergio, la Sra. Isabella, insistió: “… su abuelo cuando emigró tenía obligación, como todos los ciudadanos italianos, de informar en el consulado, las variaciones de su estado civil, tales como su casamiento y el nacimiento de sus hijos”, nada de esto hizo, su abuelo “se olvidó de Italia”.

La frase me cayó como un baldazo de agua fría. Automáticamente contesté que no era así, seguramente habría sido muy difícil todo en esa época, encajar, ser un inmigrante y además, mi abuelo pertenecía a una clase de bajos recursos, seguramente eso le imposibilitó muchas cosas (como volver a su tierra por ejemplo). Además su hijo, mi padre, tramitó nuestra ciudadanía, y yo había viajado tantos kilómetros para conocer la tierra de mi abuelo. Todo eso era muestra de que mi abuelo no se había olvidado de Italia.

Isabella se aflojó, y me pregunto si yo tenía hijos (dado que aparecía en el expediente aún como soltera). Le dije que sí, una mujercita. Y me preguntó cuantos años tenía y si ya había tramitado su ciudadanía. Al decirle que tenía 17 y que aún no lo había hecho, me instó a tramitarla cuanto antes en Argentina, pues siendo menor de edad era un trámite muy sencillo.

Y agregó: “…todos uds. son italianos. Obtener la ciudadanía es reconocer los orígenes, hace a nuestra identidad”.

Esta  frase me llegó al alma. Aquella mujer que había sido tan dura al principio, se estaba abriendo, me estaba diciendo algo muy profundo, y además, me estaba abriendo los brazos de esa comunidad, diciéndome que era parte, aunque nunca antes me había visto en su vida.

Comprendí muchas cosas.

Prometí tramitar a mi regreso a Bs. As. la ciudadanía de mi hija; y quedamos conectadas vía e-mail, por novedades que pudieran aparecer de parientes.

Sentí que mi viaje había tenido sentido. Me dí cuenta que, buscando parientes, había encontrado en Cava, parte de mí.

Continuará……

Buenos Aires, 7 de enero de 2018.-

[1] Desealo. Soñalo. Hacelo.

Capítulo IV – La develación

  1. El primer contacto

Un  13 de enero de 2017, en Buenos Aires, muy temprano, recibí una invitación de Facebook. Era de Isabella Senatore. No suelo aceptar invitaciones de desconocidos. Es un hábito que tomé desde que tengo la cuenta, el de mantener la privacidad entre los amigos y familia. Pero el apellido me sonó conocido. Abrí el perfil para ver. Era una mujer de mediana edad. Entre sus amigos, la mayoría de nombre y apellido italianos,  figuraba una mujer de apellido “Sergio”. Me saltó el corazón.  ¿Sería esta mujer una de mis parientes? Hice click en “aceptar”. Que sea lo que Dios quiera, pensé. Y me fui a trabajar.

Es tranquila Buenos Aires en enero, y muy calurosa. Había quedado en almorzar con una amiga y colega de toda la vida. Fuimos a su oficina. Como nos reunimos cada tanto, siempre tenemos mucho de qué hablar, trabajo, familia, amigos, coaching. Ella  es mi mentora y quién me introdujo en esa maravillosa disciplina. Entre un tema y otro, se nos pasó volando el tiempo. Casi cuando estaba por irme, me vibró el celular. Era un mensaje de Messenger de Isabella Senatore. Le comenté a mi amiga mi sospecha, que podría tratarse de un pariente italiano (ella por supuesto sabía del viaje que había hecho a Italia el año anterior, y mi deseo de encontrar parientes vivos). Me dijo: “abrilo ya”. Internet del lugar no me permitió hacerlo. Me fui de la oficina de mi amiga, con la promesa de que le contaría inmediatamente cualquier novedad.

Bajé por el ascensor, caminé media cuadra, abrí Messenger, e inesperadamente, ante mis ojos, escrita en italiano, se develaba la historia de mi familia, guardada por casi un siglo:

“02/09/2013

Ciao, mi chiamo Isabella Senatore sono italiana e sto cercando alcuni parenti di mio nonno originario de Cava de Tirreni (Salerno). Un suo fratello Luigi Sergio, socialista, emigro in Argentina a Buenos Aires negli anni 20 perche persiguitato dal fascismo. Mio nonno, Vincenzo Sergio, padre di mia madre Emilia Sergio, e morto nel 1978 ma fino ad allora aveva avuto una corrispondenza epistolares con il nipote, suo omonimo – cioe Vincenzo Sergio – inviandogli anche delle fotografie. In una di queste si vedono i suoi figli, un maschio e una femmina, che si ciamano Maria Lara e Maria Andrea. Ad agosto sono stata a Buenos Aires e ho cercato quiesti parenti in un ufficio della citta e mi hanno dato due indirizzi uno in via Virrey Loreto – ma nono h otravato le persone che cercavo. Piche lei si chiama Maria Laura Sergio ho pensato che forse si trata della mia lontana cugina. In caso affermativo mi farebbe molto piacere avere Vostre notizie. Se invece mi sono sbagliata chiedo scusa.”

“Hola mi nombre es Isabella Senatore. Soy italiana y estoy buscando a algunos parientes de mi abuelo de Cava de Tirreni (Salerno). Su hermano Luigi Sergio, un socialista, emigró a Buenos Aires en Buenos Aires en la década de 1920 porque fue perseguido por el fascismo. Mi abuelo, Vincenzo Sergio, padre de mi madre Emilia Sergio, murió en 1978 pero hasta entonces había tenido una correspondencia epistolar con su sobrino, su tocayo, es decir, Vincenzo Sergio, que también le envió algunas fotografías. En uno de estos vemos a sus hijos, un niño y una niña, que son María Lara y María Andrea. En agosto estuve en Buenos Aires y busqué parientes en una oficina de la ciudad y me dieron dos direcciones en calle Virrey Loreto, pero no encontré a las personas que estaba buscando. Porque, su nombre es María Laura Sergio, pensé que tal vez seas mi prima lejana. Si es así, estaría muy contenta de tener sus noticias. Pero si estaba equivocada, me disculpo.”

Luego me dejaba el celular, y la dirección de su mamá y de su hermana en Cava de Tirreni!!!

Abajo del mensaje estaba esta foto de mi papá, mi mamá, mi hermana Andrea (mujer) y yo, de 2 o 3 años, al frente  del Colegio Berlusconi, un emblemático colegio de Parque Patricios. Mi papá vivía de chico enfrente.

Luego del primer mensaje del año 2013, había otro del 2014, escrito en español por la misma Isabella, insistiendo en el contacto.

Yo no había leído nunca estos mensajes, que se guardaron en mi cuenta de Facebook, pero que por la política de privacidad que había elegido, sólo se me develaron cuando acepté la invitación.

No podía creer. La emoción me invadió. Me puse a llorar en plena calle. Era como si el tiempo y el espacio hubieran desaparecido. Son de esos momentos mágicos en la vida, que no se pueden explicar en palabras. Sólo suceden. Y te traspasan. Estás allí, y no estás. Es una sensación muy extraña, es como si estuvieras viviendo en una película.

En cuestión de instantes, un montón de pensamientos alborotaban mi mente,  y  fuertes sensaciones me atravesaban el cuerpo.

Cómo que esta mujer tiene fotos de mi familia?  Cómo, mi abuelo socialista?  Huyó?

Mi papá tenía contacto con sus parientes italianos y se carteaba con el abuelo de esta chica??? Mi papá debió su nombre a su tío Vincenzo, abuelo de esta chica, hermano de mi abuelo Luigi,  con el que se carteaba y a quién le enviaba también fotos?

Cómo mi papá nunca nos había contado esto? Sabía mi papá hablar en italiano? Cúal era la razón por la cual mi papá habia ocultado todo esto durante tanto tiempo? Y mis tíos, sabrían? Porque nunca nos contaron nada?

Miles de preguntas aparecieron en mi mente.

En el último mensaje, Isabella me agradecía que hubiera aceptado la invitación, me mandaba una nueva foto de  mi papá conmigo en brazos, y me contaba que estaba viviendo ahora en Buenos Aires!! Que su mamá Emilia, prima hermana de mi papá aún vivía en Cava y que no estaba bien, y me expresaba que sería muy feliz si algún día podía hablar conmigo.

Sentí una alegría enorme. Era como si los planetas se hubieran alineado. Ahora, en tiempo presente, mi deseo se estaba cumpliendo. Y  el de Isabella.

Había llegado el momento.

Inmediatamente nos comunicamos por teléfono. Sentí su voz, una voz dulce y amable, hablaba un español claro con, por supuesto acento italiano. Fue como si la conociera de toda la vida. Ambas llorábamos en el teléfono. Le conté que el año anterior había estado en Cava buscando parientes. Me contó de su búsqueda que, al fin había tenido éxito.

Quedamos en encontrarnos ese mismo fin de semana. Le diría a mis hermanas.

Volví corriendo a la oficina. Había algo que me había quedado dando vueltas en la mente: la dirección en Cava de Tirreni que figuraba en el primer mensaje de Isabella.

Me sonaba muy familiar. Puse la dirección en el google maps, y clikee “street view”.

No podía salir de mi asombro. La casa de Isabella en Cava de Tirreni, donde ahora vive su madre, prima hermana de mi padre, era justo enfrente del bar “Puro” en el que había estado en mayo de 2016; y sin que yo lo supiera en ese momento,  el primer timbre que toqué.

Capítulo V – El reencuentro

  1. El primer abrazo

Quedamos en encontrarnos un domingo. Vendría también mi hermana. El encuentro con Isabella seria “el” acontecimiento familiar.

La cita era en una restaurant-bar cerca de mi casa, a la tarde, como para tomar algo. Me vestí lo más linda que pude, quería causar buena impresión en mi prima.

Llegamos con mi hermana primero, y nos sentamos cerca de la puerta. El bar dá a la calle y tiene grandes ventanales, desde donde se puede ver la gente ir y venir por la vereda.

De repente, como en una visión, la ví. Alta, esbelta, muy elegante, de vestido negro y tacos altos, anteojos negros, parecía salida de una película de Fellini, mezcla de tango y de milonga.

Sin pensarlo,  movida por la alegría inmensa del encuentro con un ser querido que no ves hace mucho tiempo – aunque recién nos conocíamos – corrí a recibirla, y nos fundimos en un abrazo  fuerte, amoroso, emocionante. Quedamos por unos instantes suspendidas en el tiempo, como si se hubieran desvanecido casi 100 años de ausencias y extrañezas, de lejanías inconmensurables, de olvidos y de recuerdos. Algo se movió en el Universo. Algo cambió para todos nosotros.

Del primer momento las tres nos sentimos familia, bien Sergio.

Era extraño, esta mujer casi de mi misma edad, a quién nunca ví en mi vida, tenía información de mi familia, fotos, historias de mi abuelo, de toda su familia y de mi papá, nunca antes develadas. Y además, era tan parecida a nosotras. Los ojos, el pelo, la forma de la cara, increíble.

Del primer momento sentí hacia Isabella un profundo agradecimiento y admiración. Qué acto tan amoroso el de buscarnos, el de atravesar el océano para encontrarnos, desafiando las adversidades, las diferencias de idioma y de cultura. Pocas veces en la vida se dan estos actos de amor tan genuinos y transparentes. Poder estar abiertos para registrarlos y recibirlos es una gracia de Dios.

  1. Segundo encuentro. La develación.

Quedamos tan maravilladas una con la otra y con la situación que a los pocos días quedamos en vernos nuevamente, esta vez, Isabella y yo, a solas.

Yo trabajaba en el centro y ella estaba viviendo por Boedo, así que Corrientes y Lavalle era un lugar ideal que además daba un marco “teatral” al encuentro, pues todo parecía salido de una obra de teatro.

Nos juntamos en el Paseo Laplaza, en una confitería que está adentro. Yo porteña, era la primera vez que iba a este lugar. Recuerdo que nos asustamos pues el piso “vibraba” (pasa el subte por abajo). Literalmente, el piso se nos estaba “moviendo”.

Isabella había traído unas fotos que había sacado de la caja que había conservado en Cava de Tirreni la tía María Giovanna.

Era increíble el paralelismo en la historia de las cajas y de sus “depositarios”.

En Italia, la caja con cartas entre Italia-Argentina y fotos, conservada por la tía de Isabella, María Giovanna (hija de Vincenzo, el abuelo de Isabella).

En Buenos Aires, la caja con documentos de mi abuelo –pasaporte, billete de barco, partida de nacimiento, etc. – y fotos, conservada por mi tío Luis (hijo de Luigi, mi abuelo).

Ambos tíos  nobles, solteros, sin hijos, permanecieron viviendo en casa de sus padres, junto con algún hermano, uno en Italia y otro en Argentina.

Era obvio, y ahora lo puedo entender, cuál fue una de las principales misiones de esos tíos en la vida. El de ser custodios de los “secretos” y del patrimonio de la historia familiar. Algo por cierto nada fácil. Una carga pesada (quizás por ello no habían podido casarse, tener su propia familia).

Dos realidades paralelas, vinculadas a dos familias separadas por el destierro, las distancias, las dificultades en la comunicación, y por sobre todas las cosas por los “secretos”. Pero unidas por un profundo amor.

Un hilo invisible de amor  y de dolor unió a ambas familias, a través de las generaciones. Y ellos, nuestros tíos, fueron los “custodios” de la historia familiar.

No fue sino después que ambos tíos  murieran y de que NADIE de ambas familias pudiera contar la historia  (ya que mi padre y mis tíos murieron, así como los de Isabella, salvo su madre que, por su avanzada edad, no puede ni hablar ni escribir), es que la historia se develó.

Isabella portó consigo desde Italia a Buenos Aires, en el marco de su búsqueda de “los parientes argentinos”, la foto de casamiento que mi papá, Vicente, mandó a su ti Vincenzo, abuelo de Isabella,  en el año 1960 y que estaba en la caja de la tía María Giovanna.

Atrás de la foto  mi padre le decía a su tío:

“Recuerdo de mi casamiento a mi querido tío y camarada Vicente, yo muy deseoso  de conocerte y darte el abrazo más grande del mundo. Algún día será.

Un cariñoso saludo de mi señora.

Vincenzo

Cuando leí esto de repente entendí todo. Lágrimas empezaron a brotar y a caer por mis mejillas. Con nuestro encuentro, con nuestro abrazo con Isabella, finalmente y después de 57 años, se había concretado el deseo de mi padre.

continuará…”